El museo del transporte, 30 años en vía muerta

El 13 de octubre de 1988 entró en el registro municipal una propuesta para la creación en la Estació del Nord de un museo del transporte público, redactada para el concurso Faci d’alcalde convocado por el Ayuntamiento. Tres meses más tarde se comunicó a los redactores del proyecto que su petición había sido premiada.

El 12 de enero de 1989, Pasqual Maragall entregó a la entidad firmante -Grup de Transports Urbans de la Associació d’Amics del Ferrocarril (AAFCB)- el importe del galardón, 638.000 pesetas, con el compromiso de definir y ampliar la iniciativa.

Cinco alcaldes y treinta años después, la creación del museo sigue en vía muerta tras bailar su emplazamiento por no menos de media docena de distritos.

Nunca hubo dinero para el proyecto, tampoco mucho interés, y la iniciativa se difumina ahora en una velada idea enfocada en el 2024, fecha en que se conmemorará el centenario de la primera línea de metro de Barcelona. A la espera de esa enésima propuesta, decenas de vehículos siguen desperdigados por la ciudad, almacenados con insuficiente protección y víctimas del vandalismo.

En el tiempo transcurrido desde que aquella entusiasta entidad optara por Faci d’alcalde, nunca el Ayuntamiento ni TMB han rechazado la idea de crear un museo del transporte público que recogiera el patrimonio histórico de vehículos que de diferente manera han prestado servicio a la ciudad. El museo debía evitar que acabaran convertidos en chatarra, olvidados o condenados al desguace el centenar largo de tranvías, coches de bomberos, de limpieza y vagones de metro que aún se conservan.

El proyecto museístico, ni desechado ni concretado, se ha ido desmigando a lo largo de los años en proyectos confusos de la administración municipal, de TMB, de la Generalitat, y en localizaciones temporales, traslado de vehículos, decisiones contradictorias, costosas e inútiles, distribución de vehículos en naves inaccesibles al público y no siempre en las mejores condiciones de protección. Ese almacenamiento es justo lo opuesto al museo solicitado, abierto a la ciudad, escenario digno para un patrimonio único, irrepetible y atractivo.

De Montmeló a Pobla de Lillet
El andar y desandar de vehículos comenzó el mismo día de la entrega del premio, cuando Pasqual Maragall anunció que el museo no iría a la Estació del Nord sino a Montmeló, como parte de la Ciutat de la Mobilitat vinculada al circuito de Fórmula 1, utópico proyecto que, probablemente, ni siquiera superó los muros del Saló de Cent donde se cerró el concurso Faci d’Alcalde.

A modo de huida hacia delante, el ayuntamiento encargó a Amics del Ferrocarril el inventario de una amplia relación de material de transporte público que debía incluir vehículos de bomberos, coches funerarios, taxis, obras públicas, tartanas y carruajes diversos. Un listado de lujo sin objetivo definido. Mientras cuatro socios de la entidad iniciaban ese trabajo surgieron informaciones que no presagiaban nada bueno para el contenido del peleado museo: los tranvías conservados en Poblenou, almacenados pero no protegidos, debían retirarse porque las cocheras de Pere IV se derribaban para construir pisos.

¿Qué hacer con los tranvías? TMB propuso su traslado a la Pobla de Lillet, a una especie de almacén-museo que contaba con ayudas de la Generalitat, naves casi al aire libre que no ofrecían protección para el material antiguo. Surgió también la oferta de coleccionistas privados de Ejea de los Caballeros, Zaragoza, apoyada por Amics del Ferrocarril, con el compromiso de devolver a Barcelona todo el material si se construía el museo.

Tras un año de pugna, el 7 de mayo de 1990, el lote de tranvías se completó con autobuses y coches de bomberos que partieron hacia el Bergadà, viaje inútil porque la localización resultó un fracaso y años después, en el 2007, TMB se vio obligada a repatriar los vehículos, alguno de ellos en peor estado del que habían mostrado en el viaje de ida. En junio de 1990 se presentó el inventario encargado por el ayuntamiento, un amplio listado y fichas técnicas de material histórico en poder de la administración pública, coleccionistas y empresas privadas. En octubre, el ayuntamiento felicitó a Amics del Ferrocarril por el buen trabajo realizado. Y poco más.

De viaje por Europa
Durante los últimos años el ayuntamiento no ha abandonado la idea de creación del museo, pero ha sido incapaz de concretarla y ha acumulado despropósitos y decisiones muchas veces absurdas. El Museo de Transporte ha sido un proyecto itinerante y fracasado que ha recorrido prácticamente toda Barcelona sin detenerse en ningún rincón. El viaje que pudo comenzar en la Estació del Nord tuvo su frustración olímpica en el edificio del Dipòsit de les Aigües, en la calle Wellington, donde en otoño de 1990 los bomberos proyectaban trasladar sus vehículos históricos, pero 1992 quedaba ya muy próximo y las prioridades eran otras.

El penúltimo desatino de aquel año fue el contrato a una empresa consultora de la redacción de lo que quería ser el Museo Catalán del Transporte, encargo que incluía diversos viajes para captar ideas de cómo las ciudades europeas exponían su material ferroviario histórico. Un proyecto ambicioso del que se ignora su presupuesto, aunque sí ha quedado constancia de su fracaso.

El Born, Sants, Lutxana, Zona Franca, Fabra i Coats, Bon Pastor, Horta… antiguas y nuevas cocheras, edificios y naves industriales sin uso han sido interminables propuestas para acoger un patrimonio ahora desperdigado y olvidado.

Josep Lluís Gràcia, promotor hace treinta años de la iniciativa Faci d’Alcalde y miembro de Amics del Ferrocarril, considera que ni Generalitat ni Ayuntamiento valoran los viejos vagones y autobuses como patrimonio propio, “como material irrepetible, historia de la movilidad pública de Barcelona, vehículos que participaron en la guerra civil, tranvías que por primera vez pudieron conducir mujeres y que forman parte de la evolución de nuestra sociedad”. Todo eso, dice, está “olvidado, desprotegido y mal conservado”.

Vandalismo en el Triangle, en vivo y en directo
Transports Metropolitans de Barcelona (TMB) ya no es la titular única de los vagones de metro, autobuses y tranvías antiguos que siempre han constituido su patrimonio histórico. La propiedad de ese material pasó en julio del 2010 a la Fundació TMB, formada con patrones públicos y privados: las tres empresas de transporte englobadas en TMB además de la ONCE y ECOM, grupos vinculados al sector de la discapacidad. Los estatutos de la nueva fundación determinan que su objetivo es “la conservación y protección de los bienes del patrimonio histórico y cultural de la empresa del que forman parte más de 60 vehículos (…) que pasan a ser propiedad de la fundación”. A la vista de los resultados no parece que ese organismo haya cumplido con rigor los compromisos asumidos.

La mayor parte de esos 60 vehículos, ya propiedad de la Fundació TMB, se encuentra en la actualidad en las cocheras de El Triangle, en Sagrera, en una planta soterrada. El recinto dispone de cámaras que en más de una ocasión han grabado el acceso de intrusos a las instalaciones que han saqueado vagones y autobuses sin que el servicio de vigilancia lo impidiera. Alguna de las unidades destrozadas habían sido restauradas con anterioridad.

El pasado 31 de enero Josep Lluís Gràcia, miembro de Amics del Ferrocarril, se dirigió por escrito al consejo asesor de la Fundació TMB para denunciar “negligencia clara en la custodia de material que debe ser protegido”. Se refería a los destrozos que los grafiteros habían causado a vehículos almacenados en El Triangle, y citaba a modo de ejemplo tres maltrechos coches de 1929 que habían sufrido daños de toda índole. Gràcia añadía que los servicios de vigilancia no habían actuado ni requerido la presencia de los Mossos y que, en cualquier caso, estos no habían impedido los actos delictivos.

No han sido esos los únicos vehículos dañados, perdidos por negligencia y falta de la atención debida. Vagones de metro abandonados en l’Hospitalet acabaron en el desguace y un vagón histórico depositado en Can Buxeres fue depositado con grúa en vía muerta donde acabó destrozado.

Entrada prohibida
El recinto de El Triangle donde se almacena el patrimonio histórico de TBM es inaccesible para el público en general, no admite visitas de particulares y ni siquiera miembros de Amics del Ferrocarril tienen acceso al mismo. Carrer solicitó autorización para visitar ese espacio, petición denegada “por motivos de seguridad laboral”. El portavoz TMB ha argumentado que los vehículos se encuentran detrás de los talleres y ese emplazamiento impide la presencia de visitantes.

Amics del Ferrocarril también ha visto denegada en varias ocasiones su solicitud para visitar ese almacén y poder controlar el estado de conservación de los vehículos. TMB rechaza que el material histórico esté abandonado, “se restaura en talleres especializados” pero acepta que, “en ocasiones”, grafiteros acceden a las instalaciones y destrozan lo que encuentran: “entran por todas partes, son muy rápidos y no podemos actuar”. Sin vigilancia efectiva frente al vandalismo, sin acceso al público, sin control por parte de las entidades interesadas en su conservación, el material histórico del transporte público de Barcelona duerme hoy en una especie de catacumba, escondido, a la espera de no se sabe qué.

Solo dos citas fijas anuales
Solo algunos vehículos gozan del privilegio de lucir su palmito en la vía pública. El tren histórico sale una vez al año, asegura el portavoz de TMB, pero sin fecha fija, y el Rally de autobuses clásicos, con exhibición previa en el paseo de Maria Cristina, son las dos citas habituales que permiten a los barceloneses ver vehículos antiguos en los que quizá viajaron alguna vez.

¿Y el museo? El citado portavoz añade que en la actualidad no hay proyecto ni propuestas concretas y tampoco “recursos ni espacio adecuado”. Una vaga idea que circula por TMB se centra entre los actos que se preparan para conmemorar el centenario de la inauguración de la primera línea de metro, en diciembre de 1924, entre plaza de Catalunya y Lesseps. La compañía piensa ahora en una exposición junto a las cocheras de Horta y la nave terminal de la línea 5 del metro, un espacio soterrado aún por concretar y adecuar.

El proyecto, sin financiación prevista, no deja de ser una enésima idea más que se suma a las que han ido surgiendo a lo largo de los últimos treinta años. El Museo del Transporte, de momento, ni está ni se le espera.

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