Joel Cánovas: “Baldosas de doscientos años acaban en la basura por la reforma de un piso”

“Ulises va volando por las galaxias más veloz que una estrella fugaz”. La banda sonora de la serie de dibujos animados Ulises 31 aún permanece en el imaginario de quienes nacieron en los setenta. La versión futurista de la Odisea servía de aperitivo para las tardes de Fórmula V, para las largas tardes de sol…

Alter ego de Ulises es Joel Cánovas (Andorra, 1983), barba incipiente, desaliñado por el polvo de mortero y la arenilla, parlanchín desde nacimiento, aparejador de sueños y conseguidor, en el sentido prosaico, porque lo que consigue no son clientes sino racholas. Joel ha sido definido como tile hunter, buscador de las baldosas hidráulicas que cubren los hogares centenarios de Barcelona.

“Todo empezó un día de 2014. Iba con mi compañero, el escultor Pedro Verón, a tomar unas cañas en la plaza del Sol de Gràcia. Y nos encontramos tiradas tres o cuatro piezas. Pedro dijo: “Son como las que mi abuelo tiene en Calatayud”. Y a mí, como me gustaba su diseño y su historia, me pareció interesante conservarlas y que no se perdieran”, explica en su guarida, la antigua fábrica de sifones Vilella, en el Passeig de l’Exposició, 95. “Le pregunté: ‘Pedro, y ahora ¿qué hacemos?’. Y me contestó: ‘Abramos un perfil en Instagram [@i_rescue_tiles]’”. Así que al cabo de un mes ya tenía unas cincuenta, y al cabo de dos meses, doscientas. Y ahora, más de cuarenta mil”.

Se podría afirmar que Joel Cánovas ejerce como el fixer de los arqueólogos. A él le llaman cuando se levantan los suelos de media Barcelona, ya sea en el Raval o en Passeig de Gràcia. Pero a él no le importa lo que debajo de los ladrillos se halla, ya sea tierra seca o el ajuar funerario de una tumba ibérica. Tampoco le interesan las vidas que hollaron el pavimento, y que se podrían remontar hasta mediados del siglo XIX. Por ejemplo, las vidas de las cupletistas del Paral·lel, de los conductores militares de tranvía, de los amanuenses que escribían en las casetas del Palau de la Virreina. De las casas nobles y de las casas humildes le cautiva el suelo mismo: las losas hechas con cemento, pigmento y agua.

Composiciones y mosaicos de albahaca de mil colores, formas y motivos: las hay geométricas -cenefas de la romana Pompeya-, florales -hiedras, tréboles, arces-, animalarias -serpientes, grifos, conejos- y modernistas -nolla-. La mayoría procede de las firmas entonces en boga, el equivalente en la construcción a los Vuitton de la moda: Teótimo Fortuny, Carles Butsems y Bernat Martí, cuyo legado aún pervive.

“Empecé a acumularlas en el piso que había alquilado en la calle Bonavista, y lo que tenía que ser el despachito de mi expareja se convirtió en un trastero, parecía Diógenes… Claro, no es como coleccionar sellos. Y cada una pesa casi dos kilos. Así que arrendé un local, y desde hace tres meses estoy aquí en el Passeig de l’Exposició, asociado con el empresario Enric Rebordosa, que ha invertido en el proyecto”, dice Joel, que en realidad se gana la vida como supervisor de obras.

El proyecto que tiene en la cabeza este medio arqueólogo medio fixer es el siguiente: construir en los depósitos de la antigua fábrica Vilella, de unos quinientos metros cuadrados, un museo, una tienda, una zona de restauración y un taller artesanal para recuperar las baldosas, patrimonio de la ciudad. Rebordosa invierte por amor a las causas perdidas. Aun así, se intuyen posibilidades de negocio: “Si te metes en internet verás que hay un cierto auge del revestimiento hidráulico, y alguna de las piezas puede venderse, como souvenir, a unos cincuenta euros. De hecho, en comercios del centro ya se pueden comprar, muchas de ellas envejecidas a posta. Me acaban de hacer un pedido de baldosines desde Australia. Los precios pueden llegar a los cuatro euros por unidad”.

También las regala, para que la cuide algún polizón con buen gusto para los botines.

Detrás de cada suelo se esconde una historia, y con muchos desguaces de historias que almacena se entiende la Barcelona de los carruajes, de los pistoleros y de las guerras. Historias como estas (I): “Una vez una señora de Sabadell me llamó angustiada porque vendía la casa y hacía muchos años que había puesto los azulejos, y esperó a que yo fuera y me los llevara para proceder a la venta”.

Historias como estas (II): “Una vez me llamaron de un local de Ciutat Vella en el que, supuestamente, había vivido Pablo Picasso. La cerámica tenía la ilustración de un dragón, es uno de mis tesoros más preciados”.

Historias como estas (III): “Un fondo buitre compró un edificio entero y, como tenía prisa, se deshizo de lo más bonito”.

Joel Cánovas recibe avisos de “mucha gente con muy buena voluntad”. Avisos que en gran medida representan las exequias de un tiempo que se perdió con la llegada de Ikea. “Lo normal es que, cuando los padres y los abuelos fallecen, los hijos quieran remodelar la vivienda y poner parqué o losetas de plástico o sintasol, y entonces el embaldosado que ha estado allí durante cien años acaba en la basura”.

Joel Cánovas, el Ulises del siglo XXI, se ha propuesto dar dos pasos atrás para dar un gran salto adelante. Viajar al pasado para remodelar el futuro.

Miente: “Algún día dejaré de buscar”.

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