La desidia municipal hunde el palacio del Laberint

El palacio del marqués de Alfarrás, en el parque del Laberint, ha conseguido poner de acuerdo a los equipos de gobierno que han dirigido la ciudad a lo largo de los últimos 25 años, y no para bien.

Tres alcaldes socialistas y un convergente permitieron el abandono de ese edificio, desidia a la que ahora se ha sumado la administración de Barcelona en Comú, incapaces todos ellos, los de ayer y los de hoy, de frenar el abandono de una construcción ya ruinosa, sin techumbre, con ventanas desvencijadas, muros a punto de perder la verticalidad y con hierbajos ocupando el espacio interior.

La calamitosa situación del llamado palacio puede suponer, incluso, un riesgo para los 230.000 visitantes que cada año recorren el recinto del Laberint, un hermoso parque histórico y probablemente una de las zonas verdes más interesantes de la ciudad.

Partida desaprovechada
El último despropósito lleva fecha de marzo del 2017, cuando el gerente del Instituto Municipal de Parques y Jardines, Jordi Ribas, informó de la existencia de una partida de casi dos millones de euros destinados a apuntalar el edificio y realizar trabajos básicos estructurales, a la espera de que el siguiente presupuesto permitiera afrontar una restauración más sólida de los restos del palacio.

Año y medio después, los trabajos mínimos de mantenimiento no se han realizado, los dos millones de euros han tenido otro destino y el presupuesto del 2018 olvidó de nuevo al abandonado palacio de Alfarrás. La decisión de postergar la rehabilitación del edificio correspondió en su día a la comisión de gobierno municipal, con el consentimiento de las concejalas Janet Sanz, responsable de urbanismo y ecología, y Mercedes Vidal, presidenta de Horta-Guinardó, distrito donde se sitúa el parque del Laberint.

Políticos y técnicos son conscientes de que el edificio está cada día peor y que su precaria situación puede implicar problemas de seguridad para los visitantes, hasta el extremo de que las cuarenta personas que trabajan en el mismo tienen la orden de cerrar el recinto, o el entorno más próximo al edificio, en el caso de advertir la caída de materiales procedentes del mismo.

Jordi Ribas asegura ahora que el palacio del marqués de Alfarrás se ha incluido en el plan director de los casi cuarenta parques históricos de la ciudad, y que cada uno de ellos dispondrá de presupuesto para un mínimo mantenimiento. El edificio del Laberint dispone ya, al parecer, del proyecto de mejora estructural y esas obras deberían ser una prioridad técnica para el 2019, al margen, incluso, de las decisiones del nuevo equipo de gobierno que se forme a partir de las elecciones municipales del próximo mayo.

Ayudas de la Unión Europea
El parque del Laberint ocupa nueve hectáreas en una ladera de la sierra de Collserola, muy próximo a la Ronda de Dalt. Tiene su lejano origen en una torre de defensa del siglo XI, cuyos restos se conservan en la actualidad y aprovechados en posteriores construcciones.

En 1794, Joan Antoni Desvalls, marqués consorte de Alfarrás, encargó al arquitecto italiano Domenico Baggutti la creación de un jardín neoclásico en la finca que la familia tenía en el entonces municipio de Horta. En sucesivas reformas y ampliaciones intervinieron el jardinero francés Joseph Delvalet y, ya en el siglo XIX, el arquitecto Elias Rogent. El resultado final de esos cambios ha sido un parque con una mezcla de estilos, con esculturas, estanques y un magnífico laberinto central de 750 metros formado por cipreses recortados.

El Ayuntamiento de Barcelona compró el recinto a la familia Desvalls en 1967 y cuatro años después se abrió al público tras una somera restauración completada en 1994 con fondos de la Unión Europea. La rehabilitación se aplicó parcialmente al palacio del marqués de Alfarrás, situado a la entrada del parque, de estilo neomozárabe, pero la escasa sensibilidad municipal, de entonces y de ahora, hizo que la mejora solo alcanzara una parte de esa construcción, de forma que su imagen actual muestra una mitad del edificio en buenas condiciones para acoger oficinas del Instituto de Parques y Jardines mientras, pared con pared, la otra mitad se cae de puro abandono. Algo así como el caso de Doctor Jekyll y Mister Hyde trasladado a una propiedad pública.

¿Cómo se explica la coincidente desidia de tres administraciones municipales de ideología distinta a lo largo de 25 años? Quizá porque, mal que nos pese a los ciudadanos, el ejercicio del poder tiene vicios comunes a todas las sensibilidades políticas y, en el caso que nos ocupa, la valoración del problema es inversamente proporcional a las miradas que lo controlan.

El parque del Laberint está en un extremo de la ciudad y sus visitantes prestan más atención a la zona verde que al edificio que dejan a sus espaldas nada más entrar en el recinto, así que las inversiones no se han aplicado en los restos de este palacio alejado y se concentraron en obras con mayor rentabilidad política. Y es evidente que, sin crítica, el interés de tres administraciones municipales se ha relajado.

La negligencia tiene un precio
Los sucesivos gobiernos municipales han rechazado asumir directamente el costo de la restauración del edificio y han buscado, sin éxito, usos ajenos para que la iniciativa privada asumiera los costes. A lo largo de los años se ha especulado con la posibilidad de convertirlo en centro de la Fundació Joan Brossa, sede de la Casa de Marruecos o mezquita, entre otros muchos destinos, pero el maltrecho estado de la construcción no ha sido nunca un acicate para el hipotético entusiasmo de los aspirantes a su utilización. Lo único cierto es que la restauración que hace unos pocos años hubiera costado un par de millones de euros ha aumentado ya hasta unos 15. Hoy, técnicos y políticos tienen ya la certeza de que la mitad mister Hyde del palacio de Alcarrás o se recupera con fondos públicos o se recogen sus escombros.

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