El Gobierno estaba sumido en el pánico y no se daba por satisfecho con el arresto de las mujeres que habíamos roto ventanas. Con una ceguera y una actitud de lo más estúpida, pretendían conseguir la imposible hazaña de destrozar de golpe todo el movimiento activista”. El capítulo II del libro III de las memorias de la sufragista Emmeline Pankhurst (Mi historia) hace honor a la madre coraje de Mánchester que luchó por el voto femenino: impetuosa, directa, espontánea.
Los mismos rasgos que definen a la señora Pankhurst, que puso en jaque a los whigs y a los tories del Parlamento británico, también definen a Urmila Devi (Mandi, Himachal Pradesh, India, 1976). Vecina de la calle Alts Forns, ayuda en lo que puede en la Associació de Veïns de la Vinya (Alts Forns, 87), en la Marina-Zona Franca. Según la presidenta de la entidad, Carmen Higueras, “ella es una colaboradora de muchas cosas”.
“Acompaño a los extranjeros al médico y les ayudo en la escuela con sus hijos. También les ayudo en la compra, si lo necesitan…”, desgrana Urmila, reciedumbre, cilantro, dispositiva. “También estoy en la asociación de madres y padres del colegio Enric Granados”.
Con dos hijos adolescentes -Raúl y Abhi-, Urmila llegó a Barcelona el 22 de marzo de 2007. Lo recuerda con nitidez. Un día lluvioso, cobrizo, como un toisón de fuego. Todo se le hizo cuesta arriba porque todo era diferente. “Mi marido me dijo que tenía que decir siempre hola, que es el saludo de aquí. Pero el primer día me encontré a la vecina y le dije hello”, dibuja una sonrisa en su rostro, con los vivos colores de un sari.
El marido de Urmila, Sharma, había llegado a Barcelona en 1999, después de un largo recorrido de estancias laborales en diferentes países: trabajó en Libia, Suiza, Francia… Mecánico de profesión, al principio se estableció en el barrio de la Sagrada Família -L’Eixample-, pero pronto se metió en la hipoteca de un piso en la Marina, “un lugar próspero, bonito”. Urmila y Sharma se casaron en 2003.
“En la India, yo era profesora infantil, de niños de tres a diez años. Les daba clases de matemáticas, inglés y danza. Por eso, hace una década, me quise involucrar en las cosas de aquí”, relata, vestida con un suit azul cerúleo y con el bindi rojo y el sindoor, símbolos de la mujer casada. “Todos me preguntan por lo mismo. Que dónde me compro las telas. Los trajes me los traen de la India”, anota, y contabiliza una treintena de paisanos indios en los contornos de la Marina-Zona Franca.
“Yo me llevo bien con todo el mundo. Una vez sufrí racismo por una persona, pero ya está todo arreglado. Él me pidió disculpas cuando ya me conoció bien. Ahora le obsequio con mi comida… A mí me gusta el picante”, contesta, y se le alegra el semblante. Se puede decir que su familia es feliz: “Somos felicidad”.
Urmila Devi es una de las tres mujeres del mural que el artista Teo Vázquez ha plasmado en los edificios de La Capa, conocidos también como La Pantera Rosa, en el bloque de Mare de Déu de Port con Alts Forns. El artista la describe así: “Muy comprometida con su familia, dispuesta siempre a ayudar a los demás y con una sonrisa en su cara”. Otros de los once personajes del mural: El Chele, que ayuda con los más pequeños; Tom, experto en artes marciales; José el Francés, ya mayor y con mucha voluntad…
Urmila dice: “Fue muy divertido. Teo [Vázquez, artista] me hizo un montón de fotografías, moviendo los brazos [imita las poses], fue cansado pero muy divertido”. Y añade: “Desde la ventana de mi casa me puedo ver en los Pisos Rosas. Yo creía que sería algo más pequeño. Muchos me reconocen por la calle y me paran: «¿Eres tú?». No tristeza. Soy feliz”.
Urmila significa mar enfadado. Algo así como mar encabritado, embravecido, tormentoso, marejada o marejadilla. Pero no parece que le haga justicia el nombre. Se le pregunta la opinión sobre la guerra de Ucrania: “Ay, qué pena”.