“Yo tenía la barraca encima de este búnker”

A finales de marzo, en lo alto del Turó de la Rovira -en el lugar conocido como Los Cañones- y a iniciativa de la Comisión Ciudadana por la Recuperación de la Memoria de los Barrios de Barracas, el Ayuntamiento de Barcelona descubrió una placa conmemorativa para recuperar y reivindicar la historia de los antiguos barrios que se levantaron en las zonas del Carmel y de Can Baró poblados a partir de los años cincuenta por inmigrantes que llegaban a Barcelona en busca de un futuro más esperanzador.

Frente a la placa se distingue un búnker que formaba parte de una batería antiaérea durante la guerra civil. “Aquí, encima de este búnker, teníamos nuestra barraca. Aquí estaba el comedor. Aquí el baño. Aquí….”. Paco González va señalando las distintas piezas que fueron adecentando, con alguna pequeña ampliación. Este espacio, de unos 35m2 lo compartía primero con su mujer, sus dos hermanos y sus padres y, más adelante, cuando éstos se fueron a un piso de alquiler, con sus dos hijos. Desde ahí se contempla una excelente panorámica inédita de 360 grados de la ciudad. “En uno de mis escasos ratos libres me sentaba con la gandula en la terraza y disfrutaba de estas vistas”. Hoy se ha convertido en uno de los mayores focos de atracción turística, algo que genera división de opiniones entre los vecinos.

Paco González (1939), nace accidentalmente en el barrio sevillano de la Macarena pero se cría y crece en Azuega, un pueblo de Badajoz, fronterizo con Andalucía. Muy pronto, a los 8 años, se pone a trabajar en un almacén y a los 16 se inicia en las tareas del campo. “Yo sabía labrar, sembrar y recolectar. Hacía de todo”. Apenas pisa un año la escuela, pero espabila y aprovechaba cualquier ocasión para instruirse: “En el campo, mientras un señor enseñaba a su hija, yo escuchaba y aprendía. Y cuando cuidaba ganado iba con mi catón -libro que se usaba para ejercitar en la lectura a los principiantes- y, cuando me encontraba un pastor o alguien que supiera leer, le preguntaba”.

A los 20 años, con su familia, toman el sevillano y, tras día y medio de viaje, recalan en Barcelona. Unos tíos les dicen que aquí encontrarán más oportunidades de trabajo y se hospedan en su casa del Guinardó. Pronto se dan cuenta de que no hay espacio para tanta gente y se trasladan a la calle Calderón de la Barca (el Carmel), “una vivienda sin suelo rebozado, en pésimas condiciones”. Trabaja en un instituto óptico, de tornero y matricero, mientras por la noche asiste a una academia para sacarse los estudios primarios. Al año siguiente cumple el servicio militar, primero en Madrid y luego en Canarias.

En una de las cartas que le envía su madre le cuenta que han encontrado un lugar en Los Cañones y que se están construyendo una torre. “A mi regreso, en 1962, me doy cuenta que de torre nada, que se trata de una barraca. Paso a paso fuimos adecentándola y mejorándola, pues al principio había goteras y nos mojábamos. Allí vivíamos unas cien familias sin agua, ni luz ni otros servicios básicos. Teníamos que ir a dos fuentes a por agua. De ese modo yo llené estos dos depósitos (señala el punto donde los instaló). Eso sí, lo poco que teníamos lo compartíamos. Los días de lluvia los caminos de acceso se convierten en un barrizal y cuando las fuertes nevadas las pasan canutas.

La biografía de Paco está teñida de sencillez, humanidad, solidaridad, tolerancia, lucha y generosidad. No tiene éxito con la escuela de adultos que monta en una barraca deshabitada, pero sí la tiene cuando en los años setenta entra en la Asociación de Vecinos del Carmelo y se crea la vocalía de barracas, de la que él se hace responsable. Coincide con el realojo de 123 familias en el polígono de Canyelles, propuesta rechazada por muchos barraquistas, que pedían viviendas más próximas. Es el líder natural de este sector de barracas, mientras Custodia Moreno lo es del núcleo de Raimon Casellas. “Una fuera de serie, porque nunca escatima esfuerzos para estar con los demás. Tendríamos que tener más Custodias jóvenes”. Un liderazgo que también se forja como miembro de UGT y del comité de empresa de Pegaso, donde trabaja hasta su prejubilación, a menudo con jornadas alternas de 12 y 16 horas, empezando como especialista de carretillas y terminando como oficial de primera.

En la vocalía de barracas lo tienen claro. Primero se trata de mejorar sus condiciones de vida. Por este orden logran que llegue la luz y el agua y que se instalen recolectores de basura y servicios en cada barraca. Y la segunda y principal reivindicación es lograr pisos para todos los barraquistas en el barrio, algo que se consigue en 1984 con la construcción de los “pisos verdes” en lo alto de la carretera del Carmel -allí vive él- y, más adelante, en Can Carreras (Nou Barris). “Hubo muchas manifestaciones y estábamos muy bien organizados. Nuestros planteamientos eran justos y realistas. Además, planteábamos el problema pero siempre con una solución”. Movilización y negociación iban siempre de la mano.

A principios de siglo recibe del Ayuntamiento la medalla de honor de Barcelona. Hoy, a sus 77 años muy bien llevados, aparte del cuidado de sus nietos y de seguir militando en la agrupación del PSC del barrio, se ocupa de lo que siempre ha hecho: ayudar a la gente, buscando soluciones dialogadas o tratando de arreglar, manitas como es, lo que se le presenta. “El Paco siempre anda con las herramientas a cuestas. Si hay que pintar, el Paco. Si hay que reparar, el Paco… Trabajando me distraigo. Siempre me ha preocupado la parte social de la gente”. Ni que lo diga.

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