El palacio del marqués de Alfarrás, en el parque del Laberint, debe de ser la única coincidencia que han mantenido los últimos alcaldes: tres socialistas, un convergente y la actual alcaldesa, de Barcelona en Comú. Los cinco ediles, o cuando menos sus responsables de patrimonio, han evidenciado idéntica negligencia y desinterés para proteger lo que fuera una hermosa construcción histórica y convertirla en poco menos que un amasijo de escombros donde únicamente la fachada se mantiene en pie con dignidad. Durante los últimos 25 años el edificio ha sufrido un cúmulo de despropósitos y proyectos de rehabilitación incumplidos, saldados con una lenta degradación que se asoma a la ruina total. Ahora, por enésima vez, el Ayuntamiento se plantea un plan de emergencia para evitar lo que ya parece inevitable.

La conservación del edificio, también conocido como palacio Desvalls, es competencia de Parcs i Jardins, servicio municipal del que han surgido diversas propuestas de rehabilitación tumbadas siempre por organismos superiores y tenientes de alcalde responsables de Patrimonio. Los últimos intentos se dieron en 2017 con la propuesta de una inversión de dos millones de euros para apuntalar el edificio y otros trabajos básicos, pero el presupuesto de la ciudad no consignó la partida porque la primera teniente de alcalde y responsable de Urbanismo, Janet Sanz, y la entonces presidenta del Distrito de Horta-Guinardó, Mercedes Vidal, no juzgaron oportuno dar prioridad a las obras. En 2018 se pospuso la rehabilitación que para entonces, y dada la precaria situación del edificio, debía ser ya integral. Nuevo olvido. Al año siguiente se planteó la mejora estructural, también postergada, y en 2020, el cada vez más ruinoso edificio no logró consignación alguna en el Plan de Inversiones Municipales (PIM). Y llega 2021 con el techo del palacio de Alfarrás medio derruido, enormes agujeros que permiten la libre entrada de la lluvia y un cúmulo de escombros en el interior que no hicieron ni cómoda ni agradable la primera visita al recinto, rodeada de medidas extremas de seguridad, del nuevo gerente de Parcs i Jardins, Francesc Jiménez. El diagnóstico de los técnicos fue rotundo: “Estado ruinoso”.

Quince millones para un rescate

La recuperación del edificio se ha plasmado ahora, por enésima vez, en un plan que incluye tres fases que se afrontarán según las disponibilidades económicas y la voluntad política del gobierno municipal. Frenar la degradación, en definitiva evitar que el edificio se caiga a trozos, tiene un presupuesto que apenas supera el millón de euros; otros cuatro millones para fachadas y cerramiento del edificio, y la tercera fase, con una inversión de casi 11 millones de euros, permitiría dar un uso al edificio. En total, la rehabilitación integral del palacio se ha presupuestado en unos 15 millones de euros, mucho más del doble de lo que hubiera costado hace pocos años.

Disponibilidad económica

¿Qué recorrido va a tener la nueva propuesta de inversiones? Jiménez asegura que se trabaja en “buscar dinero” que pueda consignarse en el presupuesto del próximo año, pero ese buceo en la hacienda municipal queda supeditado no solo a las disponibilidades económicas municipales sino también a la voluntad política, nula hasta la fecha. El gerente de Parcs i Jardins considera que a diferencia de años anteriores se parte con la ventaja de informes favorables de los departamentos de Patrimonio del Ayuntamiento y de la Generalitat, al parecer ahora sensibles al hecho de que el edificio del parque del Laberint tenga la consideración de Bien de Interés Cultural de Catalunya. Jiménez tiene como objetivo que los presupuestos que se aprueben en diciembre incluyan los fondos precisos para afrontar los trabajos de las dos primeras fases, lo que permitiría licitar las obras y acelerar su inicio. Pero las buenas intenciones del gerente, como las de su predecesor en el cargo, pueden topar de nuevo con el cambio de cromos y prioridades políticas en el que con tanta frecuencia se convierte la inclusión, o no, de una partida pequeña entre las grandes inversiones, quizá más atractivas para el votante que el maltrecho edificio que abre el parque histórico más antiguo de la ciudad, y probablemente el más hermoso.

Propiedad municipal desde 1967

El parque del Laberint, de nueve hectáreas, situado junto al barrio de la Vall d’Hebron, en la ladera de la sierra de Collserola y próximo a la Ronda de Dalt, tiene su lejano origen en una torre de defensa del siglo XI que fue aprovechada en construcciones posteriores.

Los jardines y el pequeño palacete fueron decisión de Joan Antoni Desvalls, marqués consorte de Alfarrás, que en 1794 encargó al arquitecto italiano Domenico Bagutti la creación de un jardín neoclásico en la finca que la familia tenía en el entonces municipio de Horta. En posteriores reformas y ampliaciones intervinieron el jardinero francés Joseph Delvalet y, ya en el siglo XIX, el arquitecto Elias Rogent. El parque se abre al público con un palacio de estilo neogótico y neomozárabe.

El Ayuntamiento compró el recinto a la familia Desvalls en 1967, en 1971 se abrió al público tras una primera restauración y la segunda se llevó a cabo en 1994 con fondos de la Unión Europea. Los sucesivos trabajos de acondicionamiento y mejora se limitaron a los jardines y la conservación del palacio quedó siempre postergada. Hacia 1995, en un extremo del edificio se instalaron servicios de Parcs i Jardins, pero la otra mitad quedó olvidada y cada vez más degradada, a la espera de un uso privado que asumiera la inversión de las obras, cada vez más elevadas. Hace diez años se especuló con la posibilidad de que se convirtiera en sede de la Fundación Joan Brossa, y el último intento de dar un uso al edificio se dio en 2013, cuando el alcalde socialista Jordi Hereu ofreció el palacio para su transformación en Casa de Marruecos, pero el Consulado rechazó asumir la rehabilitación del maltrecho palacio. Con anterioridad a la pandemia, el parque del Laberint recibía unos 250.000 visitantes al año.

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